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El confinamiento ha dejado secuelas en la sociedad en múltiples ámbitos y uno de los que se transformará la vida de las personas es la vivienda. Con la visión de su presencia en el mercado inmobiliario, Juan López, director territorial de AEDAS Homes en Levante y Baleares, apunta en esta entrevista para ABC algunas de esas nuevas tendencias. Tras la actual crisis por el coronavirus, por ejemplo, el diseño de pisos y casas contará con más terrazas, jardines en los áticos y, en general, «espacio vital» por la experiencia del confinamiento.

En la actualidad, esta compañía dispone de una cartera de suelo residencial de más de 1,9 millones de metros cuadrados en su totalidad finalista. Una superficie para desarrollar más de 15.500 viviendas en las grandes áreas clave del país y su entorno tanto a nivel inmobiliario como económico: Madrid, Sevilla, Costa del Sol, Cataluña, Levante y Baleares.

La promotora inmobiliaria debutó en el parqué de la Bolsa de Madrid el 20 de octubre de 2017 con una capitalización bursátil superior a los 1.500 millones de euros. -La compañía tiene el objetivo de jugar un papel destacado en la nueva etapa del sector inmobiliario español, un ciclo que debe estar marcado por la profesionalidad y el rigor-, subraya López.

Con una decena decena depromocionesen comercialización en la Comunidad Valenciana, prepara nuevos proyectos. En total, oferta 1.139 viviendas a partir de 115.000 euros.

¿Qué argumentos daría a posibles compradores para que adquirieran una vivienda en este momento de la desescalada del confinamiento por el coronavirus?

Realmente, el mercado de la vivienda nueva continúa siendo el mismo que en marzo: un mercado fuerte y asentado sobre bases muy sólidas de crecimiento. Hemos vivido un paréntesis, causado por una crisis externa al sector inmobiliario, por una crisis sanitaria global.

El potencial comprador de una vivienda nueva debe saber que tiene a su disposición una oferta para todo tipo de perfiles. Pero también debe saber que sigue existiendo un hándicap: es una oferta demasiado limitada. Sigue habiendo un desequilibrio evidente entre una escasa oferta y una demanda sólida, por lo que descartamos que la crisis vaya a afectar a los precios de la vivienda nueva. Actualmente, en el conjunto de España se están visando unas 100.000 viviendas anuales cuando, según los expertos, un país como el nuestro necesita entre 120.000 y 140.000.

¿Podemos decir lo mismo en la Comunidad?

Esta situación de escasa oferta de vivienda nueva es extrapolable a la Comunidad Valenciana. En 2019 sólo se solicitaron permisos para construir 11.325 viviendas (2.577 unifamiliares y 8.748 en altura). Una cifra que se queda corta para los casi 5 millones de habitantes de la Comunidad, y a los que hay que añadir, además, la gran demanda residencial que llega del interior y del extranjero en busca de una segunda residencia.

El sector industrial del hábitat del diseño que reúne a empresas que fabrican muebles, aparatos de iluminación, textiles, revestimientos y complementos decorativo ha presentado una -hoja de ruta- para un sector con un volumen de facturación de 4.608 millones de euros que emplea a 62.630 profesionales.

Así lo ha explicado, esta mañana a Efe, Juan Mellen presidente del Design Institute of Spain, quien considera que en un momento de crisis como el actual, el sector, que aporta al PIB el 10,1%, y el 9,4% del empleo, según el último informe OED-Observatorio Español del Diseño, debe -aportar respuestas mirando hacia el futuro-.

Diseño transformador de la sociedad

Se trata de una -hoja de ruta- dirigida a empresarios y profesionales del mundo del diseño que tradicionalmente -han absorbido las mutaciones sociales y culturales, habiendo generado un dilatado capital cultural- y prestigio a la incorporación de nuevas tecnologías, nuevos materiales o nuevas reglas de marketing y de diseño, que sitúan a las empresas del hábitat entre las -más innovadoras-.

El objetivo, según Mellen, es apelar a la búsqueda de la transformación de nuestro hábitat, un reto -fascinante- para superar de la manera más -eficaz y eficiente- la situación en la que nos encontramos.

Manuel Lecuona, Catedrático en Gestión de Diseño en la UPV-Universitat Politècnica de València, uno de los cinco expertos que ha participado en el manifiesto, considera que -debemos asumir el reto de repensar nuestros espacios, avanzando hacia la construcción de un entorno más humano, ético, creativo y armonioso- que facilite la interacción y la participación social.

Lecuona apela al modo de vida mediterráneo -cimentado en una larga tradición de sociabilidad, creatividad, cooperación, alegría y resiliencia-, que se ha visto -transformado- e invita a -actualizar nuestra identidad como país y proyectarla a nivel global- con propuestas que respondan a la demanda general de una sociedad más -humana”.

Salvi Plaja, director de diseño de SIMON y presidente de la asociación de diseñadores industriales ADI-FAD, señala que hay que desarrollar soluciones que mejoren la -eficiencia de los espacios- de trabajo, de educación, de ocio y sanitarios para -garantizar la prevención de contagios- y así minimizar las consecuencias negativas económicas, psicológicas y sociales de la pandemia.

-Nuestro mayor desafío será conseguir que el distanciamiento físico no se convierta en un distanciamiento social-, apunta Plaja.

Víctor Carrasco, presidente de la empresa VICCARBE, advierte que es necesario explorar nuevas unidades familiares a través del diseño, para -reparar el aislamiento social y el miedo patológico derivado del impacto del coronavirus al contagio y a los gérmenes-.

Juan Carlos Santos, consultor en marketing y diseño especializado en análisis de tendencias, apuesta por el compromiso con el ‘made in Spain’ resaltando la -modernidad, competitividad e innovación- como sus referentes, generando un -modelo económico que ofrezca confianza, identidad cultural y capacidad de influencia global- en el proceso de transformación del entorno.

Los cinco expertos fijan la vista también en no entrar en conflicto con una mentalidad ecológica y sostenible que ya forma parte del sector, y que recomiendan incrementar con aspectos como: la calidad del aire del entorno; la utilización de energías limpias; la gestión integral del agua y los residuos o los materiales y materias primas renovables.

-A partir de ahora la compra va a ser cada vez más consciente, el usuario ya no es un mero consumidor pasivo, va a decidir qué objetos le rodeen teniendo en cuenta valores como la sostenibilidad y honestidad de la empresa fabricante-, indica Santos.

Juan Mellen señala que, entre las conclusiones del manifiesto, se encuentra crear un plan estratégico -proactivo- entre todas las entidades políticas, económicas y empresariales, para renovar la fisonomía del nuevo sector del hábitat diseño.

Además de los cambios que deberán afrontar las empresas, el director del Design Institute of Spain solicita a las instituciones que se incentiven las compras públicas innovadoras y verdes que premien y estimulen la innovación en el sector; potenciar los planes de rehabilitación para estimular demanda y apostar por la ayuda a empresas que sirvan de modelo y arrastre en el sector.

La obligatoriedad de quedarnos en nuestras casas -dictada por los gobiernos en relación a la pandemia del COVID-19- y en algunos casos, el miedo a salir a la calle, han generado que, en los últimos tiempos, el espacio doméstico se haya puesto en valor y se haya transformado en el escenario de las acciones/reacciones más evidentes y características del ser humano en el contexto de un sistema capitalista y machista.

Por un lado, como consecuencia directa, las problemáticas de orden social se han agudizado -tales como la violencia de género, la falta y/o mala comunicación entre pares, las relaciones de abuso de poder, el maltrato verbal, la sensación de impotencia confrontando a nuestras angustias, miedos y ansiedades, etcétera-. Por otro lado, hemos comenzado a desarrollar la capacidad de encontrarnos con nosotros mismos y con los demás, en una obligatoria y amplia auto-observación que potencia la conciencia, la creatividad, y la práctica de actividades de ocio. El confinamiento obligatorio nos ha empujado hacía la ejercitación de manualidades, los arreglos de la vivienda, la práctica de conversaciones amenas y enriquecedoras con los otros, el contacto cercano y empático con los niños y adolescentes, y las tantas actividades que, por puro aburrimiento, brotan del imaginario de cada uno.

Con todo este panorama social y político, queda en evidencia que la arquitectura doméstica no está preparada para articularse a un ser humano o a una familia con múltiples actividades y en constante cambio y tránsito de acciones, sentimientos y pensamientos. Si bien este es un problema de la arquitectura en general, en estos tiempos, las carencias de la arquitectura doméstica para dar respuesta a las necesidades del ser humano han quedado expuestas.

Como tal, con la nueva realidad impuesta por el COVID-19 debemos ser conscientes de la importancia del espacio de la vivienda en sus múltiples tipologías, desde la vivienda unifamiliar a las viviendas compartidas, tanto en el escenario rural como en el escenario urbano.

En tiempos donde algunos especulan con una distopía catastrófica y otros con una lírica y a la vez optimista visión de cambio del ser humano, una cosa es cierta: esta puede ser una oportunidad iluminada para superar las relaciones destructivas que creamos con nosotros mismos y con todas las demás especies. Podemos revertir nuestro pensar/accionar antropocéntrico y participar de un mundo interconectado con la naturaleza que muestre un respeto apropiado hacia otras formas vivientes.

¿Y porque es urgente e imperativo pensar el espacio de la vivienda, el espacio doméstico? Porque visiblemente, la arquitectura doméstica ya no es el centro del pensamiento y de la necesidad materializada del ser humano. Lamentablemente, terminó de serlo desde hace más de un siglo. La arquitectura doméstica dejó de tener en cuenta temas tan importantes como la intimidad de cada miembro familiar; dejó de pensar y sentir el espacio como momento de encuentro y de actividades ociosas, pero también de trabajo; dejó de pensar y sentir el espacio de la muerte y del duelo; dejó de pensar y sentir el espacio de los ritos religiosos y/o espirituales; dejó de pensar y sentir el espacio para la sanación.

La arquitectura doméstica necesita herramientas accesibles a poca gente, porqué son condenadas por la arquitectura oficial. El espacio de la vivienda debe ser un volumen nutritivo a nuestra psicología. Es lo más ajeno a los espacios estériles y estrechos de los pasillos, a los techos bajos planos y opresivos, a las ventanas colocadas en una geometría gratuita que ignora el camino del sol. El “estilo universal” no se adapta a la vida humana. No se trata de uno o dos errores en el diseño, sino que todo está equivocado: la circulación entre los cuartos, la conexión entre espacios, las superficies sádicas según la moda minimalista de la academia, las cocinas que no permiten la movilidad del cuerpo para preparar la comida, etcétera. Todos los factores de la percepción humana y los movimientos del cuerpo han sido substituidos por ideas deshumanizadas de formalismo estético y de una imagen de la utopía opresiva y sectaria. Lo peor es que, después de décadas de experimentos fallidos, la profesión insiste obstinadamente en continuar con estos mismos experimentos contra la naturaleza humana. Los que sufren en su mayoría son los niños, víctimas de una ideología del diseño mentalmente insalubre, fruto de arquitectos que desdeñan prestar atención al cerebro en desarrollo del niño.

Esto se debió a que los últimos grandes movimientos arquitectónicos del siglo XX fueron conducidos por una mentalidad mecanicista e industrializada, donde las casas se constituyeron como “máquinas de habitar”. Esas maquinas fueron diseñadas no para seres humanos, sino por otras maquinas para un cuerpo sin alma y sin autonomía de pensar y sentir. Modelos globales de vivienda distanciaron al ser humano de sus propios espacios de protección, así como de todas las otras especies del mundo, aislando a las personas en cubos de hormigón.

La frialdad de la vivienda contemporánea transciende su espacio interior para espacios de la calle adonde es imposible encontrar una sombra que nos permita llorar en intimidad o una penumbra para enamorarse entre caricias. Pasaron a ser espacios de control social vigilados por el poder oficial.

Actualmente, la arquitectura doméstica es víctima de un macro negocio inmobiliario que hace viviendas todas iguales para cualquier ser humano sin importar el lugar y el clima. Adoptar la vivienda de estándares mínimos que provienen de la Alemania de los años 20 (en un contexto de pós-guerra) reduce los espacios a una cárcel — aunque aumenta en maniera increíble el beneficio del constructor. Esta acción actual está directamente vinculada a una lógica mercantilista de la vivienda, donde la especulación inmobiliaria, en manos de una minoría, impone códigos de habitar/rentabilidad económica sin importar la individualidad del ser humano. Como tal, la vivienda dejó de estar asociada a la necesidad y derecho fundamental de las personas de obtener protección y desarrollar las acciones de la familia bajo un contenedor de bien-estar, para pasar a ser un objeto de economía con un fuerte impacto ambiental. La vivienda dejó de tener pertenencia emocional para cada familia y miembro familiar, para actuar como contenedor de acciones obligatorias como cocinar, comer, dormir, defecar/urinar.

Todo este proceso condujo a que, hoy en día, la construcción de viviendas se lleve a cabo a gran escala y con un impacto ambiental desmedido, sin involucrar al ser humano como ente axial del espacio producido. Muchas de las viviendas construidas no son habitadas y cuando lo son, sirven como incubadoras de enfermedades.

La arquitectura doméstica debe volver a ser el resultado y la protagonista de prácticas de auto-construcción asesorada, usando materiales locales y adaptada al clima y al lugar. Esto es de extrema importancia para asegurar un cambio en los modos de sentir, pensar y hacer del ser humano. El espacio doméstico tiene que ser la prolongación de nuestro cuerpo biológico y asegurar una vida en bien-estar. La vivienda es nuestro caparazón, nuestra “segunda piel”, pero también nuestra alma y conexión con la ancestralidad del ser humano.

Partiendo del principio de que los espacios generados por determinadas formas condicionan los sistemas conductuales y connotativos del ser humano, podemos formular la pregunta: ¿Habrá espacios para el “cobijo” del ser humano que sean más acordes a su biología? Y si esto es afirmativo, ¿Cómo es posible establecer parámetros de análisis, científicos y/o intuitivos para saber el grado de impacto de determinadas formas y espacios en el ser humano?

Lo que la arquitectura del régimen y las escuelas dominantes no saben, es que las respuestas a estas preguntas están en nuestras manos, a pesar del carácter subjetivo del planteamiento — y más que nada por la cantidad de variables que existen si tenemos en cuenta el contexto social y cultural de cada persona y familia —. Pero tampoco las respuestas transcurren en un carácter particular, sino que intentan trazar rasgos generales que estén más allá de cada persona, familia o cultura. Formas y espacios que son arquetipos de la humanidad y funcionan como un imaginario colectivo y universal pueden ser planteados, buscando luego, acercarse a lo local, natural y especifico que aporta “pertenencia emocional”.

Las herramientas que podemos aplicar inmediatamente, al menos cuando la pandemia nos permita, son la “biofilía”, lo patrones de Christopher Alexander, la neuro-arquitectura, los principios de la Arquitectura Biológica (entorno, forma, materia y ser humano) y las reglas de la estructura compleja coherente. Cada una de estas disciplinas del diseño relacionadas entre sí tiene textos y ejemplos construidos, y es una gran vergüenza que se siga ignorándolas.

El espacio es, ante todo, una idea. Son pensamientos, sentimientos y emociones. Emociones que afectan nuestro sistema neuronal, nuestro cuerpo y nuestra alma. Los espacios son creados e idealizados en base a un imaginario que proviene de los tiempos en que empezamos a habitar los árboles y las cavernas. O vayamos más lejos e intentemos rememorar nuestro primer hogar, ese orgánico útero materno, adonde todos nos cobijamos. Si bien podría ser un tema del psicoanálisis o de la antropología, este texto pone de manifiesto las actuales inquietudes que deben transcurrir en la investigación proyectual producida en el área del diseño arquitectónico de la vivienda.

Arriesgaríamos a decir que, para la mayoría de los seres humanos, en esta época del COVID-19, la vivienda no es un espacio de expansión y confort individual y familiar, sino más bien de encarcelamiento y obstaculización de nuestros pensamientos y emociones. La lástima es que no debe ni necesita ser así. Podemos habitar espacios domésticos nutritivos con los mismos gastos de recursos edilicios. Lo que muchas veces nos dicen los academicismos acerca de la funcionalidad y la eficiencia del espacio son puras mentiras para apoyar es sistema global extractivo y sus lazos con la corrupción política. Poner en evidencia las estructuras, relaciones y desarrollos del espacio doméstico es empezar a buscar la identidad de la arquitectura doméstica, con una participación primordial del ser humano.

Debemos pues encarar al ser humano y la familia no desde una perspectiva heterosexual, binaria, machista y centralizada, con una arquitectura basada en las decisiones del poder inmobiliario, sino que debemos tener en cuenta las miradas múltiples y enriquecedoras para que la vivienda sea el producto de un pensar y sentir contemporáneo, consciente e individual del ser humano, adaptado al lugar y al clima particular de cada región.

La crisis del COVID-19 ha creado dudas del futuro funcionamiento de diversos sectores y uno de ellos es la construcción. Los expertos afirman que mientras la economía lo permita, esta situación fomentará que aumente la demanda de hogares sostenibles y en entornos más saludables.

La sociedad actual es conocida como la ‘indoor generation’. En situaciones normales pasamos el 90% de nuestro tiempo en espacios cerrados: hogar, trabajo, gimnasio, etc. El confinamiento de las últimas semanas a causa del COVID-19, durante el que hemos pasado aún más tiempo en nuestros hogares, ha hecho que nos planteemos si éstos cuentan con estancias versátiles y si cubren todas nuestras necesidades de ocio, estudio y trabajo.

Este cambio de paradigma provocado por el COVID-19 también ha hecho que nos planteemos la necesidad de vivir en casas más naturales, más sostenibles, más saludables. La incorporación de elementos que mejoren la salud también se traslada a los equipamientos como escuelas, hoteles, oficinas u hospitales. Un ejemplo de estas casas más naturales son los edificios construido principalmente con madera de Alquima.

Según José Antonio González, fundador y CEO de ARQUIMA: “En España, un país con mucha tradición de construcción con hormigón, hay muchas reticencias y tabús para la construcción en madera, pero en países como Estados Unidos el 80% de las viviendas se fabrican en madera y en Europa este tipo de construcción está creciendo de manera exponencial. La crisis sanitaria provocada por el Covid-19 acelerará esta tendencia también en nuestro país y ayudará a tomar mejores decisiones a la hora de construir edificios e infraestructuras de servicios.”.

Un estudio publicado recientemente por la Universidad de la Columbia Británica y FPInnovations concluye que hay una estrecha relación en cuanto a la madera y la salud humana. La presencia de madera en interiores reduce la activación del Sistema Nervioso Simpático y la reacción de nuestro cuerpo frente al estrés. La composición química de la madera presenta similitudes con la de nuestro cuerpo, por lo que, a nivel energético, es un material que aporta equilibrio entre cuerpo y mente y con la naturaleza. En los ultimos años, de manera especial en Estados Unidos y en los países nórdicos, ha aumentado el uso de la madera en Hospitales y Centros Médicos, ya que se ha demostrado que promueve la recuperación, reduce el estrés y mejora el ánimo, ayudando a estimular la salud física y mental y el bienestar.

Arquima apuesta por unos edificios que garanticen los niveles óptimos de calidad de ambiente interior. Las viviendas pasivas regulan la temperatura, la humedad, las concentraciones de CO2 y otros patógenos y contaminantes cuidando nuestra salud. Además de contar con un aislamiento adecuado, este tipo de viviendas filtran todo el aire que se introduce para la renovación higiénica, garantizando unas condiciones óptimas de confort en el interior.